LINDA D´AMBROSIO
EL
UNIVERSAL
martes 13 de agosto de 2013
12:00 AM
A menudo, la labor del galerista comienza donde termina la
del artista plástico: es él quien proyecta la obra y facilita su adquisición, en un proceso que conlleva tareas bastante más complejas
que la simple exhibición. Si bien el fin último de la galería suele ser el
vender la obra, cada espacio suele
identificarse con un periodo o estilo, y
atiende los intereses de un sector concreto del universo de los coleccionistas,
que constituyen sus potenciales clientes.
Esta empresa supone, a más de una adecuada distribución de
las obras, tanto en términos de conservación como en términos expositivos, una
labor de investigación que sitúa
cada objeto plástico dentro de un
contexto en relación al cual adquiere un precio de mercado específico. La obra
de arte se concibe, en este entorno, como un valor de cambio.
Sin embargo, más allá de los aspectos comerciales, una
exposición involucra otras facetas igualmente importantes. La obra se ha
gestado a solas en el silencio del taller y, finalmente, se muestra a otros. En
ella ha cristalizado la necesidad de expresión del artista, que se vuelca sobre
la materia y le da forma a través de determinados recursos. Culmina en ese
punto una etapa, ya satisfecha la
urgencia plástica del creador. Pero, acto seguido, comienza un proceso de
retroalimentación: el artista constata el efecto que genera el producto al
someterlo a la valoración del público, lego o experto, tanto en lo que se
refiere a sus cualidades estéticas como en lo tocante a la técnica con que ha sido realizado.
La obra adquiere otra dimensión cuando por fin entra en
contacto con el espectador. De allí la importancia de contar con espacios
expositivos y, cuando esta iniciativa se emprende no desde una óptica comercial, sino
atendiendo a la necesidad de comunicación que experimenta el creador, se genera
un diálogo enriquecedor tanto para los que producen arte como para quienes lo
"consumen".
Es por ello que la aparición de Espacio Mínimo en la escena cultural no puede
menos que suscitar expectación. Situado en las inmediaciones de Pampatar,
promete convertirse en un centro de encuentros para quienes confieren a la
plástica especial relevancia en sus vidas.
Espacio Mínimo surge gracias a dos autores que transitan desde hace ya
tiempo por los senderos del arte: Graciela Zúñiga e Ítalo Fuentes. Desde allí
pretenden, a partir de la exhibición tanto de sus obras como de las de otros
artistas invitados, interactuar directamente con quienes acudan al lugar tras
concertar previamente una visita. Se
trasciende así el concepto tradicional de la galería según el cual el
espectador accede libremente a la exposición y se enfrenta al objeto sin mediación alguna, o con ocasionales
intervenciones de expertos en el caso de las visitas guiadas: se trata de
establecer una relación
creador-espectador vehiculada a
través de la obra de arte.
Aunque en principio
se trata de un local de quince metros cuadrados, es posible de extender
su capacidad a través del uso de otras partes del edificio en el que está
emplazado, en función de las necesidades e intenciones de quien exponga.
La inauguración del espacio está prevista para el sábado 31
de agosto a las once de la mañana, con una muestra en la que Ítalo Fuentes dará
a conocer sus Cortezas Planetarias y
Graciela Zúñiga presentará Cromotempo,
una serie en la que una vez más hace gala de la sutileza y el colorido delicado
que caracteriza su obra.
Espacio Mínimo es prueba de la inquietud que bulle en el
medio cultural venezolano, e ilustra cómo desde diversos puntos de nuestra geografía están acometiéndose
iniciativas llamadas a albergar y estimular acciones alrededor de diferentes manifestaciones creativas. Son posiciones novedosas, arriesgadas, que
sin duda van dejando su huella en el entorno, y cuyos frutos esperamos sean
abundantes, porque el arte es, en fin, una senda que nos conduce a crecer.
lindasalva@hotmail.com
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