15 de noviembre de 2009

Corazones en la “Caracola”


El amanecer en la Caracola es brillante como todos los amaneceres, más por ser esta una isla tropical, además de luminoso, veloz. La oscuridad de la madrugada al amanecer luminoso sucede en un cortísimo tiempo y es preciso estar allí justo en ese momento para presenciar su juego de amarillos y naranjas, es un verdadero placer poder caminar a esa hora temprana por su playa y recoger toda suerte de piedras y caracoles. Yo me encontré dos corazones.

Sentir con todos los sentidos -1 Die Blindekuh- La Vaca Ciega


La experiencia de la oscuridad total

“Yo soy Rita”… se presentó nuestra mesonera y guía y nos explicó lo que venía. Nos formamos en fila india con las manos en los hombros del siguiente. Una media hora antes o un poco más, habíamos seleccionado del menú descrito en la pared, lo que deseábamos comer, también dejamos en un locker carteras, relojes, celulares y cualquier cosa que pudiese brillar. Atravesamos con pasos temerosos un túnel de cortinas negras, cada vez más negras hasta que llegamos al lugar que nos correspondía. Rita puso la mano de cada uno sobre el respaldo de la silla correspondiente y tomamos asiento.

Nada, nada se ve, ni tu mano, ni la mesa, ni tu ropa, nada, sonidos… todos los sonidos, de cubiertos, de platos, de roces, de risas, alguien llama a su guía, los vecinos tan cercanos conversan, se escuchan algunas frases en español, escuchas respirar… Pedimos cerveza porque se sirve en botella y es más fácil tomar de la botella, nos reímos y hacemos bromas, más yo tengo un nudo en la garganta y ganas de llorar, por un momento me siento incapaz de moverme, de atenderme, de servirme, de poder comer. Rita llega con los platos e inmediatamente pasamos del oído al olfato, es una delicia, todavía puedo olfatear las verduras con el queso derretido, la crema, el hojaldre ligeramente tostado… y el tacto inevitablemente interviene, tienes que tocar con las manos la comida, para saber dónde comienza y dónde termina dentro de la circunferencia del plato, puedo llevar las porciones con el tenedor, ayudada por mis manos a mi boca, también degustar otros platos, para ello tenemos que palparnos el rostro y encontrarnos la boca, algo de comida se cae en el camino, sobre la ropa, sobre el suéter, al final te aprendes el camino del tenedor al plato, cortas con el cuchillo, ayudada por los dedos, del tenedor a tu boca otra vez… pausas de silencio que se disuelven con las manos y al final el postre: helados y sorbetes, esta parte es más fácil y deliciosa, tres sabores a ciegas: fresas, limón y uno tan exótico que no puedo descifrar: cambur!

No pedimos la cuenta sino el rescate de Rita, salimos igual como entramos: en fila tomándonos por los hombros, sólo que esta vez la fila es más larga, se suman los comensales de la mesa vecina. Salimos del túnel de cortinas negras poco a poco para acostumbrarnos a la luz. Regresa el sentido de la vista, la sala iluminada se hace presente. No podemos acertar cuál fue nuestra mesa en el plano, cero sentido de orientación a ciegas.

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